Cristian
observaba atentamente el fuego, hipnotizado y sumido en sus
pensamientos. Estaba acampado con Ella en un rincón de la montaña y al
caer el día habían encendido una hoguera en un claro del bosque, justo
al lado de donde habían montado la tienda.
Había sido un día genial. Por un día, el primero desde que se conocían, habían estado completamente solos, sin tiempo, sin reloj, sin nada que no fueran ellos dos. Había habido tiempo para todo. Para las risas, para las anéctodas, para conocerse mejor, para los abrazos, para el amor...
Pero ahora se encontraban sentados uno enfrente del otro contemplando el fuego, en silencio. A Cristian no le molestaba el silencio. Ni tampoco que ella se encontrara sentada a unos metros de él en vez de sentarse a su lado. Momentos antes Ella había estado abrazada a él, con la cabeza en su pecho mientras él acariciaba su pelo y conversaban. Habían emprendido juntos un romance en el camino, una ruta sin destino.
Cristian observaba los ojos de Ella y veía en ellos ese aire ausente, distante y con un extraño toque de tristeza que a veces invadía sus ojos. Y, al mismo tiempo, observaba reflejado en esos ojos el extraño e hipnotizador baile del fuego en la noche.
Se sentía tentado de acercarse a ella, abrazarla, besarla y susurrarle al oído que él estaba ahí, pero no lo hizo. Sabía que era lo mejor puesto que cada persona necesita su propio espacio, su refugio. Y Ella en esos momentos necesitaba su propio espacio y él lo respetaba. En cambio Cristian a veces tenía que luchar para vencer el miedo de no saber nada de ella.
Al mirar el fuego una extraña asociación de ideas le vino a la mente. Una relación era como el fuego de una hoguera... Primero debía haber una pequeña chispa que produciera una pequeña llama que poco a poco, si se hacía lo correcto, aumentaba de tamaño dando calor y luz. Si se ponía toda la leña en el fuego ardía intensamente, produciendo aún más calor y una luz más intensa pero esta llama se consumía relativamente pronto, dejando luego libre el paso al frío y la oscuridad. En cambio, si se cuidaba esa llama y se la iba alimentando poco a poco, podía seguir dando un calor y una luz reconfortantes durante todo el tiempo que durara el combustible...
Cristian se encontraba sumido en estos pensamientos cuando de repente Ella se levantó, se acercó a Cristian y sentándose a su lado, le rodeó con los brazos el cuello y le besó suavemente. Aunque había sido un beso suave, él sabía que detrás de ese beso se escondían multitud de emociones. Tras un rato de besos y caricias a la luz del fuego y de las estrellas, Ella se recostó en Cristian y se durmió.
Cristian se quedó un rato más contemplando el fuego. Sabía que debía continuar alimentando el fuego poco a poco, para que la llama no se apagara; para que esa llama siguiera produciendo luz y calor para los dos.
Había sido un día genial. Por un día, el primero desde que se conocían, habían estado completamente solos, sin tiempo, sin reloj, sin nada que no fueran ellos dos. Había habido tiempo para todo. Para las risas, para las anéctodas, para conocerse mejor, para los abrazos, para el amor...
Pero ahora se encontraban sentados uno enfrente del otro contemplando el fuego, en silencio. A Cristian no le molestaba el silencio. Ni tampoco que ella se encontrara sentada a unos metros de él en vez de sentarse a su lado. Momentos antes Ella había estado abrazada a él, con la cabeza en su pecho mientras él acariciaba su pelo y conversaban. Habían emprendido juntos un romance en el camino, una ruta sin destino.
Cristian observaba los ojos de Ella y veía en ellos ese aire ausente, distante y con un extraño toque de tristeza que a veces invadía sus ojos. Y, al mismo tiempo, observaba reflejado en esos ojos el extraño e hipnotizador baile del fuego en la noche.
Se sentía tentado de acercarse a ella, abrazarla, besarla y susurrarle al oído que él estaba ahí, pero no lo hizo. Sabía que era lo mejor puesto que cada persona necesita su propio espacio, su refugio. Y Ella en esos momentos necesitaba su propio espacio y él lo respetaba. En cambio Cristian a veces tenía que luchar para vencer el miedo de no saber nada de ella.
Al mirar el fuego una extraña asociación de ideas le vino a la mente. Una relación era como el fuego de una hoguera... Primero debía haber una pequeña chispa que produciera una pequeña llama que poco a poco, si se hacía lo correcto, aumentaba de tamaño dando calor y luz. Si se ponía toda la leña en el fuego ardía intensamente, produciendo aún más calor y una luz más intensa pero esta llama se consumía relativamente pronto, dejando luego libre el paso al frío y la oscuridad. En cambio, si se cuidaba esa llama y se la iba alimentando poco a poco, podía seguir dando un calor y una luz reconfortantes durante todo el tiempo que durara el combustible...
Cristian se encontraba sumido en estos pensamientos cuando de repente Ella se levantó, se acercó a Cristian y sentándose a su lado, le rodeó con los brazos el cuello y le besó suavemente. Aunque había sido un beso suave, él sabía que detrás de ese beso se escondían multitud de emociones. Tras un rato de besos y caricias a la luz del fuego y de las estrellas, Ella se recostó en Cristian y se durmió.
Cristian se quedó un rato más contemplando el fuego. Sabía que debía continuar alimentando el fuego poco a poco, para que la llama no se apagara; para que esa llama siguiera produciendo luz y calor para los dos.
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