martes, 10 de abril de 2012

La historia de Cristian (III) - Derrotado

Cristian recordó la conversación que había tenido la noche anterior con la luna llena. No sabía que extraño magnetismo producía sobre él aquella esfera blanca en el cielo de la noche. Sabía que resultaba extraño conversar con la luna sobre esa extraña locura que le recorría por dentro.

Una idea le hizo estremecerse. Cogió la libreta en la que había volcado todas sus ideas en forma de escritos y versos. En la que había vaciado su esencia en cada palabra, en cada letra...

Empezó a leer todo aquello que había escrito y rememoró toda su historia desde que empezó a escribir. Se dió cuenta de que había crecido, de que había madurado. Sus inquietudes más superficiales habían cambiado enormemente pero aquellas más profundas, sus miedos y temores seguían siendo los mismos.

Cristian se encendió un cigarrillo y empezó a escribir en aquella libreta. Se encontró contándose a si mismo lo que fue e invocó a la rabia y al desprecio que aún seguían torturándole de vez en cuando.

Las ideas surgían de su mente hacía la punta de los dedos de su mano izquierda la cual sujetaba el bolígrafo y convertía estos pensamientos en las palabras que quedaban registradas en tinta negra. No le sorprendía lo que escribía. Siempre fue la oveja negra que a la mínima oportunidad se escapaba del redil, aquella que se perdía entre la maleza buscando una escapatoria para intentar ser algo más... Nunca había sabido recorrer el camino que le habían marcado pero él tampoco quería seguir ese camino. Quería seguir su propio camino.
Recordó como en ocasiones había jugado a ser lo que no era malgastando la vida que sus padres le habían regalado; toda la saliva que había empleado discutiendo, rebatiendo y argumentando su punto de vista; palabras que nunca habían llegado a salir de su garganta.

Le resultaba triste y duro ver como el mundo que él se había esforzado por conseguir se esfumaba por la ventana como el humo del cigarrillo que se estaba fumando. Siempre había querido volar para verlo todo más pequeño, para sentir el aire acariciando su cara y sentirse vivo, para soñar que todo estaba bien.

Nunca había hecho las cosas demasiado bien por mucho que se esforzara. Tal vez era el momento de coger las alas y volar, de soñar, de luchar, de llorar y de sonreír... Puesto que para él llorar era de valientes, era admitir la propia derrota y la pena; era mostrar que incluso la persona más fría tiene miedos, ansias, anhelos, sueños... Incluso la persona más fría tiene ganas de amar y ser correspondido. Y, aunque no creía en la existencia de un Dios, se decía a si mismo que si este existiera el día en que el mundo acabara de fondo se escucharía una canción de amor...

Una vez terminó de escribir Cristian se asomó a la ventana. Había tormenta y llovía. Se sorprendió a si mismo al admitir que, todavía en ocasiones, seguía sintiéndose solo y triste.

Llovía. Cristian sonrió. Hacía un tiempo perfecto para volar.

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