martes, 12 de junio de 2012

La historia de Cristian (VI) - "Mi cuerpo como enemigo."


Cristian despertó de golpe. Unas potentes luces le cegaron. ¿Dónde estaba? Escuchaba los gritos ensordecedores de una multitud a su alrededor y una voz estruendosa que anunciaba a voz de grito algo que no lograba entender. Se llevo las manos a los ojos para proteger su vista de la luz y se dio cuenta de que llevaba puesto unos guantes de boxeo.  Estaba en un ring. Solo. Con unos guantes de boxeo y el típico pantalón de boxeo de un color verde grisáceo.

Estaba confuso. No recordaba nada. ¿Por qué estaba en un ring de boxeo? Aún no se había acostumbrado del todo a la intensidad de la luz que iluminaba el ring y los gritos de la gente le confundían aún más… Sí. Estaba en un estadio de boxeo, en el cuadrilátero. Rodeado por una multitud que gritaba palabras incomprensibles. Iluminado por potentes focos que alumbraban el ring de manera que todo lo que había fuera de él sólo eran formas, sombras.

De repente se hizo el silencio. Un foco auxiliar iluminó un extremo del estadio en el que había una figura humana. Estaba cubierta con un albornoz negro y andaba a paso lento hacía el cuadrilátero, de una manera tan calmada que resultaba provocadora.

La figura apartó las cuerdas y subió al ring. Levantó los brazos hacia el cielo con los puños cerrados y la multitud gritó. Cristian estaba desconcertado. Pero más desconcertado se quedó cuando la figura se quitó el albornoz y se vio a sí mismo…

Él sabía que era imposible. Pero no había ninguna duda. La otra persona que había encima del cuadrilátero era él. No exactamente iguales. El “otro” Cristian vestía unos pantalones negros con rayas azul eléctrico en uno de los lados. Parecía más agresivo. Tenía una ceja partida, los rasgos de la cara más afilados, barba de dos o tres semanas, el brazo izquierdo todo tatuado… Pero lo que más miedo le daba a Cristian del “otro” era su media sonrisa y su mirada. Era una mirada perdida, vacía.

De repente sonó el ring y el “otro” se abalanzó sobre él. Cristian recibió un puñetazo en la barriga que le hizo tambalearse. El “otro” Cristian volvió a golpear. Una vez. Y otra. Una y otra vez.  Cristian intentaba cubrirse con los brazos pero el “otro” no paraba de golpear. De izquierda a derecha. De derecha a izquierda. Cristian sólo podía resistir los golpes…

El “otro” se apartó. Le insultó. “Idiota. Gordo. Das asco. No haces nada bien. Estás solo. Y siempre estarás solo.” Le escupió. Se rió. Volvió a golpearle mientras no cesaba de repetirle “Idiota. Gordo. Das asco. No haces nada bien. Estás solo. Y siempre estarás solo.”

El “otro” Cristian lo acorraló contra las cuerdas. Seguía insultándole. “Mírate. Das pena. Te estoy golpeando y no haces nada para evitarlo. Eres idiota. Tienes a tu propio cuerpo como enemigo y no te das cuenta de ello. No puedes vencerlo.” Y le asestó otro golpe en la barriga que le hizo tambalearse y caer.


Cristian gritó. O era la multitud. O tal vez ambos. Escuchaba las risas del “otro” y una voz que empezaba a contar hasta 10. No podía más.  Cerró los ojos. Por fin lo entendió.

Se levantó cogiéndose de la cuerda y se lanzo contra el “otro”, contra él mismo, contra una parte de él que creyó que ya no existía. Y empezó a golpearle. “¿Quién me engañó? ¿Quién me metió en este juego? ¿Quién tiene toda la culpa de esto?”. Cada vez golpeaba más fuerte. Y más rápido. Sin dejar de preguntar.

“¿Quién me cambió el espejo?” gritó mientras atizaba un último golpe en la barriga a su contrincante y este se rompía en miles de trozos pequeños. Trozos de espejo…

Cristian se despertó sudado. Estaba en su cama, no en un ring de boxeo. Solo había sido una pesadilla. Fue al cuarto de baño para lavarse la cara y quitarse el sudor. Al mirarse en el espejo recordó que hace tiempo tuvo a su cuerpo como enemigo. Que tuvo que librar una batalla que parece que no acabe nunca.

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